La peor pesadilla de Barack Obama y de muchos norteamericanos se hizo realidad ayer 15 de abril de 2013, minutos antes de las tres de la tarde. Dos explosiones «muy bien coordinadas» causaron un baño de sangre en lo que era una gran fiesta y revivieron muchas de las escenas de terror que el país creía olvidadas.

Fue sobre el final de la popular maratón de Boston. Hasta anoche había un saldo de tres muertos, más de 130 heridos y un rastro de destrucción que sumergió al país en la temerosa confusión de haber sido víctima, otra vez, de un ataque terrorista, así como en la pasmosa incertidumbre de no saber quién fue. Ni por qué.

«No tenemos todas las respuestas. No sabemos quién hizo esto ni por qué. Pero no tengan dudas de que lo averiguaremos», dijo Obama. Prometió «todo el peso de la justicia» sobre los responsables, en un mensaje de menos de tres minutos cuando no habían pasado cuatro horas del ataque.

Una ola de pánico sacudió a todo el país. Se elevó el nivel de alerta en varias ciudades, incluidas Washington y Nueva York. Durante varias horas, además, se cerró el espacio aéreo sobre Boston. Hubo problemas para usar teléfonos móviles: la conjetura fue que se realizó un bloqueo localizado para evitar su eventual uso para detonar otros artefactos. La Casa Blanca habló de un «acto terrorista», pero no se sabía de qué autoría, si interna o externa.

Anoche no había detenidos ni sospechosos identificados. Extraoficialmente se mencionaban varias pistas y personas que supuestamente estaban siendo interrogadas. Se habló, además, de la búsqueda de un posible involucrado, al que se identificó, vagamente, como un «hombre de piel oscura con una mochila negra». Pero ni siquiera su pista era muy firme. «Se trata de una persona de interés, alguien que nos interesa contactar. No necesariamente un sospechoso», deslizó un vocero.

La confusión fue tal que, entrada la noche, las fuentes oficiales del gobierno norteamericano ignoraban si se estaba frente a un ataque terrorista de tipo doméstico o del exterior. Pero los indicios eran inquietantes. Se sabe que se intentó un ataque en cadena y que las bombas, si bien de rango mediano, fueron diseñadas para causar «el mayor daño posible», con un efecto de balines en racimo.

El resultado fue un baño de sangre. Se teme que los muertos sean más que los oficialmente reportados, mientras que entre los heridos hay varios en situación crítica. Hay numerosos casos de amputación de miembros inferiores o superiores por efecto de los balines que activaron las bombas. Dos bombas explotaron, pero se habla de otras que se encontraron antes de detonar; la cifra varía de una a tres. Sólo una de ellas fue confirmada por la policía de Boston.

Esos hallazgos fueron los que llevaron a su jefe, Edward Davis, a pedir que la gente permaneciera en sus casas y que mantuviera la calma, porque el episodio todavía no estaba «cerrado». En ese momento, los efectivos seguían rastrillando la ciudad en busca de más artefactos.

Oficialmente se habla de tres muertos y de unos 130 heridos. Entre los muertos figura un chico de ocho años, según la cadena CNN. El diario The New York Post habló de 12 muertos y anoche mantenía el reporte.

 

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El caos empezó con dos explosiones sobre la línea de llegada de la popular carrera. La onda expansiva arrasó con corredores y público, así como con los elementos dispuestos para presenciar el evento: sillas, toldos y tarimas. Todo rodó en la confusión, sembrando balines que causaron nuevas heridas.

«¡Es una bomba… corran… corran!», se oyen los gritos en las múltiples imágenes que se registraron de la tragedia. Mucha gente salió disparando, pero otros, sobre todo corredores ya agotados, avanzaban ya sin fuerzas hacia lo que era un pandemónium.

Hubo una tercera explosión en la biblioteca Kennedy, pero, una hora después, el jefe de policía de Boston aseguró que no tenía que ver con las dos primeras explosiones. «Fue un incendio que no tenía conexión» con lo ocurrido en la carrera, explicó.

Se sucedieron las escenas de pánico. Gente derribada por el impacto y otra, tratando de huir lo más rápido posible de la zona. Hubo huellas de sangre y metralla orgánica en el pavimento, junto con un rastro de objetos destrozados. «Esto fue muy bien pensado», admitió una fuente policial. «Sin embargo, los primeros indicios indican que no fueron muchas las personas que participaron en montarlo», sentenció.

Las imágenes de la explosión, captadas por las cámaras que seguían la carrera, se repitieron a lo largo de la tarde y desplazaron toda otra atención. Incluidos los monitores internos en la primera jornada de deliberaciones del FMI.

La policía de Boston ofreció dos conferencias de prensa. En la primera dijo que había encontrado un tercer explosivo sin detonar. Pero en la segunda no ratificó esa línea. Muchos puntos se mantenían oscuros.

Ni las autoridades de Boston ni el gobierno federal se pronunciaron oficialmente sobre los motivos y los autores del atentado, y dijeron que hasta ahora ninguna organización se atribuyó la colocación de las bombas.

En la Casa Blanca, el presidente prometió que los culpables serán hallados y sentirán «todo el peso de la justicia». Lo dijo después de recibir, en ceremonia colectiva, las cartas credenciales de la nueva embajadora argentina. La presentación de Cecilia Nahón se vio así acotada por las circunstancias.

Más de 23.000 personas estaban inscriptas en la maratón. Unas 17.000 llegaron a cruzar la línea. Otras estaban haciéndolo cuando comenzó el terror. Algunas, agotadas por el esfuerzo físico de los 42 kilómetros, no podían más cuando oyeron las explosiones y los aterradores gritos que urgían a huir Horas después se supo que los médicos hicieron un espantoso trabajo a presión. «En muchos casos, era decidir quién conservaba partes de su cuerpo o no», admitió uno de ellos.

Muchos asistentes contaron espantosas imágenes de extremidades con huesos expuestos por efecto de las brutales esquirlas. La cantidad de heridos llevó a que se los ubicara en distintos hospitales de la zona. Avanzada la tarde, la búsqueda de familiares se había vuelto frenética, sobre todo por efecto del bloqueo de los celulares. Pasada la primera emergencia, la prioridad de la policía fue cercar el perímetro para tratar de dar con pistas así como asegurar que no hubiera otros artefactos.

Tarde en la noche, las sirenas de los equipos antibomba seguían atronando. Su presencia y su trabajo hablaban del temor de que hubiera más. La carrera corría por el centro de Boston, de modo que el corazón de la ciudad quedó afectado por la tragedia. En un sentido literal. Y en el otro.

 

 

La Nación

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